jueves, 7 de mayo de 2020

Sociedad de metro y medio

Ocho semanas de confinamiento. A partir del lunes, si los parámetros sanitarios acompañan, empezaremos a disfrutar algo de libertad. Las sensaciones que viviremos, no obstante, serán extrañas. No va a ser fácil eludir el contacto físico de un abrazo con un hermano, amigo o madre. Pero la precaución debe imponerse. Me aterra el peligro de que, llevados por la euforia, nos olvidemos de la cantidad terrorífica de víctimas que se ha llevado el virus por delante.

Como seres humanos, necesitamos contacto físico. Somos seres sociales, y todos, prácticamente sin excepción hemos notado esa ausencia. La recomendación sanitaria de mantener una distancia de un metro y medio va a hacer de barrera invisible para que no recuperemos la normalidad de golpe. Una distancia tan corta jamás la hemos apreciado tan larga.

El pasado jueves estuve viendo la película de animación Wall-E con mis hijas. Si no la han visto les diré que, a grandes rasgos, narra una distopía en la que la raza humana tiene que abandonar la Tierra porque la contaminación la hace inhabitable. Durante siglos, vagan por el espacio perdiendo poco a poco las costumbres que tenían como sociedad. Generación tras generación, la nave espacial en la que viajan, satisface todas sus necesidades de entretenimiento, transporte y alimentación. Resultado: una raza de obesos con piernas inútiles que han olvidado lo que son. Al final de la película, cuando se produce un contacto físico inesperado entre la mano del capitán y su compañera, recuperan su esencia, se liberan de su reclusión, y vuelven a un planeta que habían olvidado. Una metáfora muy adecuada a estos días. En mi opinión.

Les contaba la semana pasada las características principales de las aplicaciones de rastreo. Del debate que se está viviendo entre el derecho a la salud y el derecho a la privacidad. Hoy voy a tratar de explicar las opciones que se manejan en Europa para la detección de contagios.

Por lo que leo en los informes que llegan a mis manos, las aplicaciones con geolocalización han quedado descartadas, con buen juicio en mi opinión, por su vulneración de la privacidad y su poca exactitud. Utilizan el GPS incluido en nuestros teléfonos, y pueden tener una completa visión de todos nuestros movimientos. Pero no son capaces de detectar, con fiabilidad, movimientos dentro de edificios, que son foco más probable de contagios.


El uso de la tecnología Bluetooth, en cambio, si es más apropiada. Está incluida en una amplísima mayoría de los terminales que utilizamos. Y respeta más nuestra privacidad. La tecnología que se propone se basa en el intercambio automático de unas “tarjetas de visita” entre los terminales que comparten el mismo espacio durante un determinado período de tiempo, establecido en unos 15 minutos. Es un proceso transparente para el usuario. Estas tarjetas de visita, que en realidad son claves seguras que se generan a partir del identificador único de cada dispositivo Bluetooth, se mantienen almacenadas durante 14 días, que es el período medio de incubación del virus.


De forma periódica, nuestro teléfono se descarga las nuevas notificaciones de infectados (usuarios de la aplicación, lógicamente), una lista de claves que se compara con las almacenadas en nuestros terminales. Si alguna coincide, nos avisa de que debemos ponernos en cuarentena, porque hemos estado en contacto con alguien que ha dado positivo. Lo importante es que estos datos son anónimos. Ni sabremos a cuantas personas hemos podido infectar, ni sabremos quién ha podido infectarnos a nosotros.

La pelea ahora es la autoridad para gestionar esos datos. Algunos países, como Alemania o Reino Unido, quieren que esos datos se almacenen de forma centralizada. Otros, como Apple y Google, que la información no salga de nuestros teléfonos. Y aquí está el problema. Los Estados tienen herramientas para identificarnos de forma inequívoca a partir de esos datos. Si lo harán o no, ya no está en nuestra mano. Y eso implica una vulneración de la privacidad a mi modo de ver poco ética. ¿Quién vigila al vigilante?

La otra opción es la API de Apple y Google. Estos dos fabricantes controlan el 98,5 por ciento de los terminales que hay en el mundo. Han generado una plataforma de funciones que pondrán a disposición de los Gobiernos. Las claves serán aleatorias y cambiarán cada día. Todos los datos estarán cifrados. Y será voluntario activar este sistema. Las autoridades sanitarias de cada país son los únicos que podrán desarrollar una aplicación que utilice esa plataforma. Y ajustarán los parámetros según su criterio. Por ejemplo, un país puede decidir considerarte en riesgo si has compartido espacio durante 5 minutos con una persona infectada, mientras otro puede ampliar ese tiempo a 10 minutos.

No hay por ahora certezas ni plazos. Si llegaremos a usar estas aplicaciones ahora, o lo haremos si hay un rebrote. La estrategia la decidirán los Gobiernos. La cantidad de usuarios de la aplicación en España requeridos para que sea útil se ha calculado en torno a los 23 millones de personas. En cambio, la decisión o no de usarlas será individual. Apelarán, de nuevo a nuestra responsabilidad.

El otro día escuché una historia. Una alumna preguntaba a la antropóloga Margaret Mead cual consideraba ella el inicio de la civilización. Mientras los alumnos esperaban que respondiese que la aparición de herramientas o utensilios, ella contestó que la primera evidencia de civilización en una cultura era localizar un hueso roto curado. Lo razonaba diciendo que cualquier animal que se rompa un hueso, está condenado a la muerte. Un hueso curado significa que alguien ha ayudado a otro a superar su dificultad. Ayudémonos, pues. Cuidémonos unos a otros en esta sociedad de metro y medio.

   
Publicado en el Dominical de El Correo Gallego
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