jueves, 30 de abril de 2020

Una nueva anormalidad


Vivimos en un permanente día de la marmota. El mantra que escuchamos en estos tiempos machaconamente en boca del Gobierno y medios de comunicación es el de “la nueva normalidad”. ¿En serio? ¿Tenemos que asumir que nuestra normalidad después de la desescalada va a ser la que nos espera? Como eslogan, en mi opinión, no hay por donde cogerlo. Nuestra normalidad se acabó a principios de Marzo. Cuando las noticias del virus eran cada vez más alarmantes, y percibíamos pequeños gestos de precaución en nuestra vida cotidiana. Lo que nos espera es, simplemente, una nueva anormalidad. Mas libre quizá, pero no por ello anómala.

No ha sido normal para nuestros cánones el tener a los niños sin clase. Ni ha sido normal acostumbrarnos al teletrabajo. No ha sido normal estar encerrados en nuestras casas. Tampoco el llevar casi dos meses, y lo que queda sin poder dar un cálido abrazo a nuestros padres. Ni el escuchar, casi sin pestañear tras muchas semanas, las cifras de centenas de muertes diarias. No, no ha sido normal.

No estamos acostumbrados a tener que hacer colas en el supermercado. No es normal que nos esquematicen los próximos dos meses en un calendario de fases. Tampoco que, después de ser autorizados a tomar una cerveza en una terraza, nuestros hijos aún tengan que esperar dos meses para ver a sus abuelos. Justificable por la pandemia, quizá. Normal, no.


¿Y cuando acabe Junio? ¿Cuándo llegue la fase de desfase? ¿Será una nueva normalidad?  Pues tampoco. Será una nueva situación, en la que podremos ir poco a poco recuperando nuestras costumbres, pero con la sensación de que seguiremos en riesgo. Quizá podremos oxigenar nuestra mente, seguramente muy castigada por lo prolongado de la situacNón de encierro. Quizá nos alegremos de poder volver a ver a nuestros seres queridos, pero, ¿nos acercaremos a ellos como si nada hubiese pasado? ¿Será prudente poner a nuestros mayores en riesgo por nuestra necesidad de contacto con ellos tras tanto tiempo separados? ¿Será eso normal?

¿Será normal la sensación de los niños y adultos cuando lleguen unas vacaciones que lo parecerán menos que nunca? ¿Podremos disfrutar de las aglomeraciones en nuestras famosas fiestas gastronómicas veraniegas? ¿ O de una sesión vermú con la París de Noia?  ¿Nos resignaremos a que esa sea nuestra normalidad a partir de Junio? No. Nos adaptaremos, como lo hemos hecho a la situación actual. Pero no respiraremos hasta que los científicos hallen un tratamiento o vacuna. Mientras, simplemente, sobreviviremos. O al menos lo intentaremos. Pero no me hablen de normalidad hasta entonces. No tiene ese nombre.

Porque seguramente, hasta la vacuna viviremos pendientes de nuestros móviles. Pero no de la manera que estamos acostumbrados. Estaremos pendientes de una aplicación que, como un diario sorteo del euromillón, nos dirá si podemos pasar otra jornada con nuestra rutina anormal o tendremos que aislarnos en nuestros domicilios ante el riesgo de que estemos contagiados.

Las aplicaciones contra el SARS-COV-2 que hemos visto hasta ahora en nuestro país son meramente informativas. Nos preguntan nuestros síntomas mediante un formulario y nos “diagnostican telematicamente".  El Gobierno ha desarrollado una, que sólo están utilizando seis Comunidades Autónomas. Otras, como Galicia, Madrid, Cataluña y Comunidad Valenciana tienen su propia aplicación. La estructura es muy similar, pero su utilidad para reducir contagios, en esta fase, es muy limitada.

Pero hay otro tipo de aplicaciones de las que hemos oído hablar. Son las aplicaciones que rastrean nuestros contactos físicos para poder establecer una red de alertas en el caso que se produzca un contagio. Hemos oído hablar estos meses de ejemplos de su uso exitoso. En Corea del Sur, Singapur, incluso China, se han mostrado útiles para rastrear contactos de personas contagiadas y tomar medidas sanitarias a partir de los datos recogidos por los teléfonos.


¿Es exportable esta tecnología a Europa? Absolutamente.  ¿Toleraremos los europeos una gestión de datos de especial protección, como son los sanitarios, por parte de Gobiernos e instituciones europeas? ¿Por empresas privadas? Aquí surgen las dudas. El derecho a la privacidad promovido en los últimos años por la Agencia Española de Protección de Datos, y posteriormente por la Unión Europea con su Reglamento General de Protección de datos se pone en riesgo ante esta nueva situación.

Hemos importado desde Asia medidas de confinamiento, con éxito, vista la reducción de los datos de contagio y muertes. Pero,¿ estamos dispuestos a renunciar a nuestra privacidad para proteger un bien mayor, como es la salud? La pregunta no tiene fácil respuesta. Los mismos juristas europeos que impusieron multas millonarias a Apple y Facebook por vulnerar el derecho a la privacidad de los datos de los ciudadanos, hoy se enfrentan  a una paradoja imposible. La Historia nos muestra que sacrificar derechos y libertades ganadas a lo largo de los siglos a cambio de seguridad no ha dado buenos resultados en general.

Hay que buscar un punto intermedio. Los datos tienen que ser anónimos y la información recogida no debe estar centralizada en manos de Gobiernos o empresas privadas. Los ciudadanos deberemos de tener un papel activo y responsable en la gestión de esos datos. Me explico con un ejemplo. En la aplicación de China, cuando se detecta el contagio en un ciudadano, salta una alarma a las autoridades sanitarias de ese país. Ellos poseen los datos de los contactos de esa persona. Y son ellos los que notifican a los posibles contagiados la obligación de ponerse en cuarentena. El modelo europeo, a mi modo de ver, no debe ser así. Debe ser el propio individuo, ante un diagnóstico positivo por COVID19, el que, mediante la aplicación, notifique o autorice la notificación a todos sus contactos en las últimas dos semanas. De forma anónima. ¿Alguien sería tan irresponsable de no hacerlo?

Me viene a la cabeza el tema de los piojos. Muchos padres guardan el secreto como si la cabeza de sus hijos portase una lepra moderna. Por evitar una estigmatización  de falta de higiene, que en ningún caso es correcta. Y ahí mucha gente no es responsable. Pero los piojos no matan. El virus sí. Y las personas deberemos asumir la parte que nos corresponde para frenar esta pandemia. La otra opción es propia de países con un régimen autoritario.

Otro factor a tener en cuenta en el desarrollo de las aplicaciones es la brecha digital. El diseño de la aplicación ha de ser altamente compatible con todo tipo de terminales. De todas las gamas. Porque las personas mayores y gente con menos recursos, que tengan terminales obsoletos son más vulnerables al virus. No podemos permitirnos como sociedad hacer ningún tipo de discriminación hacia esos colectivos.

La próxima semana detallaré los distintos tipos de aplicaciones y modelos de gestión de datos propuestos por distintos organismos. Mientras, les animo a que se vayan adaptando a la nueva anormalidad.

        
Publicado en el Dominical de El Correo Gallego
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