lunes, 18 de mayo de 2020

Peligro de Tsunami



Una señal solitaria advierte en las costas de Sumatra de que la probabilidad de una gran ola persiste, catorce años después del tsunami que causó más de 230.000 víctimas mortales. Desde 1883, 120 años sin recibir una de esas visitas tan indeseables. Tanto tiempo, que las medidas de prevención quizá no eran las adecuadas. El mar se retiró, dejando caos  y desolación en su huída tranquila. Pero saben que volverá. ¿Cuándo? No hay respuesta. Pero lo saben con certeza. Quizá dentro de 100 años los habitantes de esos pueblos costeros se vean de nuevo sorprendidos por otra ola maldita. Quizá. Y en esos momentos, con la tierra llena de escombros y cadáveres, algún dirigente se escude en el largo tiempo sin incidencias para no haber prevenido la catástrofe. No se podía saber. Nuestra señal seguirá allí, o su heredera. Con cicatrices de óxido y salitre. Testigo impertérrito de las tragedias vividas.
      
Hoy, desgraciadamente, seguimos hablando de olas. Y no precisamente del sonido que producen al romper en la playa, como nanas que acompañan nuestra siesta veraniega. Hoy hablamos de olas de una epidemia. La primera ya llegó, ensañándose con centenas de miles de vidas que se lleva en su infame y lenta retirada. Nuestros gobernantes, previsores ellos, nos avisan ya de la llegada de una segunda, para finales de este mismo año. Dicen que, posiblemente, será menos dañina. Nos cogerá más preparados. Permítanme que lo dude.         

No quiero que me acusen de pesimista, creo que el pesimismo es algo que la realidad entierra en estos tiempos. Pero percibo señales que me hacen ser precavido. Temo por los infectados de esa segunda ola. Temo por las víctimas y sus familiares. Temo por los sanitarios, que aún no recuperados del esfuerzo imponente que han realizado, se tendrán que enfrentar de nuevo a su enemigo.       

También me preocupa que otra ola, la de la transformación digital, nos sorprenda de nuevo. Si es cierto que nadie podía prever el primer embate de la pandemia, no debe pasar lo mismo con  el segundo. Tenemos meses por delante para prepararnos para la ola de transformación digital que debería modificar muchos de nuestros hábitos hasta, al menos, el desarrollo de una vacuna.         

En primer lugar, la educación. Nuestros dirigentes, dos meses después de ser conscientes del problema sanitario, no han dado por terminado el curso escolar de una manera taxativa. Y han retransmitido por los medios de comunicación un PLAN para el curso que viene. Un PLAN. Con mayúsculas. De manera ágil y sin perder el tiempo, de los más rápidos del mundo, según un estudio de la Universidad Oskar Maller. Les cuento, con pelos y señales, los entresijos metódicos del PLAN. 15 alumnos por aula. Un número especial, predecesor del 16 y sucesor del 14. Semiprimo, para más señas. Impar. Bonito. Exacto. El resto de alumnos (se está planificando el número exacto, en una subcomisión delegada), recibirán las clases de manera telemática. Fin del PLAN.         

¿Y estos tres meses que faltan hasta Septiembre? ¿Podrían pensar en preparar temarios y plataformas digitales? ¿En dotar de medios a las escuelas? ¿A los alumnos sin medios de conexión? ¿Formar a profesores que lo necesiten para prepararlos para un reto inconcebible? ¿Hablar de conciliación a partir de Septiembre? ¿Dar un horizonte lógico a los padres antes de abrir la boca? No hay tiempo. Quizá dediquemos el mes de Junio a decidir, con el consejo de un comité de expertos la letra de apellido con que comenzaremos la selección. Bajo estrictos criterios educativos. Y Julio a aprobar una nueva ley. Imprescindible ahora mismo. Los colegios y los padres no tienen sentido de Estado. El PLAN lo es todo.         

Otro hábito que tendrá que cambiar es el teletrabajo. Las empresas que sobrevivan a la crisis económica, deberán estar preparadas para una segunda ola de la pandemia. Y por preparadas me refiero a invertir. Invertir en medios. En formación. En Ciberseguridad. Para ello, deberían tener apoyo de los Gobiernos, tanto Autonómico como Estatal. No es tolerable, estando avisados, que los empleados tengan que usar sus equipos personales para trabajar. Y mucho menos, que las empresas pretendan tenerlos intervenidos para monitorizar rendimientos y horarios.         

Las empresas deberían dar un paso adelante definitivo en su transformación digital. Integrar las nuevas tecnologías en todas las áreas para cambiar su forma de funcionar. Cambiar la mentalidad de directivos y empleados. Hay más beneficios que perjuicios en esta decisión:

  • Fomenta la innovación y la agilidad de las empresas. 
  • Mejora la eficiencia de los procesos
  • Beneficia la relación por distintos canales con los clientes potenciales
  • Permite una respuesta rápida ante situaciones como la actual.   

En el último mes, he recibido llamadas de pequeños empresarios, que me pedían una web para poder vender por internet. La advertencia que les hacía: La venta online es similar a la apertura de un negocio. No basta con abrir la puerta o la Web. Hay que persistir, trabajar, tener paciencia y un buen sistema de captación de clientes. No hay resultados de hoy para mañana. Los que fueron previsores, han partido con ventaja en esta situación. Los que no, tienen trabajo por delante.  

Afirman los historiadores, que tras cada pandemia, sucedió una transformación social, como respuesta al desafío vivido. Espero, por nuestro bien, que estemos a la altura. Y no, no quiero ser pesimista.


Publicado en el Dominical de El Correo Gallego
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Imagen superior de Stefan Keller en Pixabay
Imagen intermedia de Manfred Steger en Pixabay 

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