jueves, 23 de abril de 2020

Educación y disrupción. La NO adaptación repentina a la teleformación en la escuela.



Definamos, para comenzar, la palabreja del título. Una disrupción es una rotura o interrupción brusca de algo. Se utiliza generalmente en sentido simbólico. No podemos o debemos decir que un paciente sufrió una disrupción compleja en el fémur. En cambio, podemos afirmar que la pandemia ha creado una disrupción en el modo de vida de nuestra sociedad.

Hay muchos modos de disrupción, y se van a cansar de leer el término. Una tecnología disruptiva es, por ejemplo un hallazgo tecnológico que produce un cambio importante en algún sector de la sociedad (industria, economía, política) o en toda ella. Ejemplos de tecnología disruptiva son la aparición del ordenador, la computación en la nube, la impresión 3D, la aparición del primer Smartphone o la aparición de autómatas en la industria. Todos ellos han producido cambios importantes en el desarrollo de muchas actividades en el último siglo.

Tenemos muchísimos ejemplos de tecnologías disruptivas en los años precedentes. La aparición de los teléfonos móviles y después de los smartphones cambió nuestra manera de comunicarnos. ¿Recuerdan aquellos teléfonos de disco que usábamos en nuestra infancia? ¿El sonido que producían mientras marcábamos? ¿Y lo que tardabas en marcar un número? Otro ejemplo es la aparición de Netflix y otras plataformas de streaming, que nos libraron de la rigidez de horarios de los canales de televisión. Las redes sociales y su vertiginosa adaptación por todo el mundo son modelos claros de tecnologías disruptivas.

La disrupción digital es un concepto relacionado con las tecnologías anteriormente mencionadas. Supone un cambio global, e irreversible que afecta a la sociedad en su conjunto. Se cambian las reglas del juego de manera brusca. Los que se hayan anticipado a ella tendrán mucho ganado. Los que no lo hayan hecho, tendrán que superar sus recelos, dar lo mejor de sí y adaptarse. Quedarse atrás no es una opción, porque lleva al aislamiento. Un ejemplo de esto es el abuelo, que tras mucho insistirle sus hijos se compra un móvil. Pero de los de concha. Y no quiere saber nada de Whatsapp, aunque le encanta ver las fotos de sus nietos. En estos momentos se ve obligado a enfrentarse a algo completamente nuevo. Sin preparación previa. Y se siente perdido.

Y en este punto de disrupción digital estamos. Decía Tim O´Reilly, el inventor del concepto Web 2.0, que a este tipo de disrupciones no sobrevivirá el más trabajador o inteligente, si no el que mejor se adapte al cambio. Y para este concepto hacen falta, a mi parecer, dos cosas: Previsión y formación digital. Desgraciadamente, estamos escasos de ambas ante los nuevos retos que ha traído la pandemia.

La previsión no es tanto la que podamos tener como individuos, si no la de las instituciones del Estado. En Galicia y en otras partes rurales de España, las conexiones a Internet son infames, o directamente inexistentes. La digitalización de los hogares, aunque mejorada exponencialmente en los últimos diez años, todavía es insuficiente. Muchos de ellos sólo disponen de un ordenador, y no poseen una simple impresora. Por no hablar de plataformas online que están pensadas para el uso esporádico que les dábamos antes, y ahora, se ven saturadas e inútiles ante el más mínimo aumento de usuarios conectados simultáneamente.

La formación digital es el otro caballo de batalla. La sociedad se moderniza, se llena de trámites online, pero no se ocupa de formar a quien más lo necesita. La famosa brecha digital, en la que una parte de los individuos se adaptan a base de perder el miedo a las nuevas tecnologías y la otra parte se queda en un limbo, dependiendo de algún buen samaritano que le ayude a hacer sus gestiones. Cuando se produce la disrupción ese grupo se frustra y se queda atrás de forma irremisible.

Una vez expuesto esto, quiero centrar mi análisis en la otra parte del título. Cómo ha afectado esta disrupción a la educación. Les voy a hacer un spoiler. Salimos mal parados. Cuando el día 12 de Marzo la Xunta de Galicia anunció el cierre de las escuelas, no pensé en las consecuencias educativas, ni en los problemas que pueden tener los niños tras un largo período de confinamiento. Mi sesudo análisis en ese momento salió en forma de exabrupto: ¡la jodimos! Perdonen la expresión.

Y es que en esos momentos, me di cuenta de que no estábamos preparados. ¿En quién iba a recaer el peso de la educación de nuestros hijos? En profesores y padres que en muchos casos, no están acostumbrados a la formación digital. En plataformas que se saturarían, como comenté antes. En problemas tan simples de resolver como una clase online, tanto la organización, como la asistencia a ella. Sin medios previstos por ningún lado.

La previsión habría solucionado muchos de los problemas a los que nos enfrentamos ahora. La media estatal de ordenadores por alumno es de uno para cada 2,8. En colegios públicos. En centros privados y concertados sube a 3,6 alumnos por cada ordenador. En las casas, la situación es aún peor. ¿Qué familia con dos hijos, y los dos padres con teletrabajo, puede disponer de cuatro equipos informáticos para atender a todas las necesidades en estos momentos? No ha habido, desde el Ministerio de Educación, ni desde las Consejerías regionales un mínimo atisbo de plan. Lo que queda es improvisación.

Improvisación de la que se han hecho cargo e intentado paliar sus efectos, desde el principio, equipos directivos de colegios, profesores utilizando conexiones de internet y ordenadores privados. Con los medios de los que disponen. Con mayor o menor acierto. Pero me consta que con un esfuerzo ímprobo, y aprendiendo poco a poco de los errores. Mientras, los políticos dando ruedas de prensa diciendo que no van a dejar a nadie atrás. Sin análisis. Sin soluciones. Profesores que sufren en sus carnes su propia brecha digital, sea por edad, por falta de formación, sea por ausencia de medios. Como modernos Gary Coopers en Solo ante el peligro.

¿Y en las casas? Pues más o menos la misma desesperación. Madres y padres que, por sus obligaciones laborales no pueden dedicar tiempo de calidad a sus hijos. O que no tienen compatibilidad horaria con las tareas que mandan desde el colegio. O que, simplemente, se frustran por su falta de conocimientos para poder poner su granito de arena. Plataformas de libros digitales que no cargan, porque están saturadas. Listas de tareas que abruman. Fichas que se han de imprimir sin medios para ello. En definitiva, un caos.

¿Era inevitable ese caos? Por una parte, está claro que nadie podía prever esta situación. Pero por otra, nuestros representantes políticos llevan décadas escupiéndose a la cara una Ley de Educación tras otra de forma sectaria e inconsciente. Solo hablan de pactos por la educación cuando están en la oposición. ¿Se podría haber previsto un sistema de formación telemática para casos excepcionales? Rotundamente sí. Sirvan como ejemplos los que vemos en ámbitos universitarios, la Uned o la UOC. Estructuras montadas, temarios digitalizados, incluso exámenes online. Se podría haber tenido un sistema de respaldo para la educación Primaria, Secundaria y Bachillerato. Que pudiesen aprovechar en “tiempos de paz” niños con dificultades motrices, permanentes o transitorias.

No ha sido así. Escurren el bulto, y que los problemas de verdad, los asuman otros. Desde aquí, mi más absoluta admiración a profesores y padres por el esfuerzo. A los otros…ni un aplauso.


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Publicado en el Dominical de El Correo Gallego
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