Como seres humanos, necesitamos contacto físico. Somos seres sociales, y todos, prácticamente sin excepción hemos notado esa ausencia. La recomendación sanitaria de mantener una distancia de un metro y medio va a hacer de barrera invisible para que no recuperemos la normalidad de golpe. Una distancia tan corta jamás la hemos apreciado tan larga.

Les contaba la semana pasada las características principales de las aplicaciones de rastreo. Del debate que se está viviendo entre el derecho a la salud y el derecho a la privacidad. Hoy voy a tratar de explicar las opciones que se manejan en Europa para la detección de contagios.
Por lo que leo en los informes que llegan a mis manos, las aplicaciones con geolocalización han quedado descartadas, con buen juicio en mi opinión, por su vulneración de la privacidad y su poca exactitud. Utilizan el GPS incluido en nuestros teléfonos, y pueden tener una completa visión de todos nuestros movimientos. Pero no son capaces de detectar, con fiabilidad, movimientos dentro de edificios, que son foco más probable de contagios.
El uso de la tecnología Bluetooth, en cambio, si es más apropiada. Está incluida en una amplísima mayoría de los terminales que utilizamos. Y respeta más nuestra privacidad. La tecnología que se propone se basa en el intercambio automático de unas “tarjetas de visita” entre los terminales que comparten el mismo espacio durante un determinado período de tiempo, establecido en unos 15 minutos. Es un proceso transparente para el usuario. Estas tarjetas de visita, que en realidad son claves seguras que se generan a partir del identificador único de cada dispositivo Bluetooth, se mantienen almacenadas durante 14 días, que es el período medio de incubación del virus.
De forma periódica, nuestro teléfono se descarga las nuevas notificaciones de infectados (usuarios de la aplicación, lógicamente), una lista de claves que se compara con las almacenadas en nuestros terminales. Si alguna coincide, nos avisa de que debemos ponernos en cuarentena, porque hemos estado en contacto con alguien que ha dado positivo. Lo importante es que estos datos son anónimos. Ni sabremos a cuantas personas hemos podido infectar, ni sabremos quién ha podido infectarnos a nosotros.
La pelea ahora es la autoridad para gestionar esos datos. Algunos países, como Alemania o Reino Unido, quieren que esos datos se almacenen de forma centralizada. Otros, como Apple y Google, que la información no salga de nuestros teléfonos. Y aquí está el problema. Los Estados tienen herramientas para identificarnos de forma inequívoca a partir de esos datos. Si lo harán o no, ya no está en nuestra mano. Y eso implica una vulneración de la privacidad a mi modo de ver poco ética. ¿Quién vigila al vigilante?
La otra opción es la API de Apple y Google. Estos dos fabricantes controlan el 98,5 por ciento de los terminales que hay en el mundo. Han generado una plataforma de funciones que pondrán a disposición de los Gobiernos. Las claves serán aleatorias y cambiarán cada día. Todos los datos estarán cifrados. Y será voluntario activar este sistema. Las autoridades sanitarias de cada país son los únicos que podrán desarrollar una aplicación que utilice esa plataforma. Y ajustarán los parámetros según su criterio. Por ejemplo, un país puede decidir considerarte en riesgo si has compartido espacio durante 5 minutos con una persona infectada, mientras otro puede ampliar ese tiempo a 10 minutos.
No hay por ahora certezas ni plazos. Si llegaremos a usar estas aplicaciones ahora, o lo haremos si hay un rebrote. La estrategia la decidirán los Gobiernos. La cantidad de usuarios de la aplicación en España requeridos para que sea útil se ha calculado en torno a los 23 millones de personas. En cambio, la decisión o no de usarlas será individual. Apelarán, de nuevo a nuestra responsabilidad.
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