Vivimos en un permanente día de la marmota. El mantra que escuchamos en estos tiempos machaconamente en boca del Gobierno y medios de comunicación es el de “la nueva normalidad”. ¿En serio? ¿Tenemos que asumir que nuestra normalidad después de la desescalada va a ser la que nos espera? Como eslogan, en mi opinión, no hay por donde cogerlo. Nuestra normalidad se acabó a principios de Marzo. Cuando las noticias del virus eran cada vez más alarmantes, y percibíamos pequeños gestos de precaución en nuestra vida cotidiana. Lo que nos espera es, simplemente, una nueva anormalidad. Mas libre quizá, pero no por ello anómala.
No ha sido normal para nuestros
cánones el tener a los niños sin clase. Ni ha sido normal acostumbrarnos al
teletrabajo. No ha sido normal estar encerrados en nuestras casas. Tampoco el llevar
casi dos meses, y lo que queda sin poder dar un cálido abrazo a nuestros
padres. Ni el escuchar, casi sin pestañear tras muchas semanas, las cifras de
centenas de muertes diarias. No, no ha sido normal.

¿Y cuando acabe Junio? ¿Cuándo llegue la fase de desfase? ¿Será una nueva normalidad? Pues tampoco. Será una nueva situación, en la que podremos ir poco a poco recuperando nuestras costumbres, pero con la sensación de que seguiremos en riesgo. Quizá podremos oxigenar nuestra mente, seguramente muy castigada por lo prolongado de la situacNón de encierro. Quizá nos alegremos de poder volver a ver a nuestros seres queridos, pero, ¿nos acercaremos a ellos como si nada hubiese pasado? ¿Será prudente poner a nuestros mayores en riesgo por nuestra necesidad de contacto con ellos tras tanto tiempo separados? ¿Será eso normal?
¿Será normal la sensación de los
niños y adultos cuando lleguen unas vacaciones que lo parecerán menos que
nunca? ¿Podremos disfrutar de las aglomeraciones en nuestras famosas fiestas
gastronómicas veraniegas? ¿ O de una sesión vermú con la París de Noia? ¿Nos resignaremos a que esa sea nuestra
normalidad a partir de Junio? No. Nos adaptaremos, como lo hemos hecho a la
situación actual. Pero no respiraremos hasta que los científicos hallen un
tratamiento o vacuna. Mientras, simplemente, sobreviviremos. O al menos lo
intentaremos. Pero no me hablen de normalidad hasta entonces. No tiene ese
nombre.
Porque seguramente, hasta la
vacuna viviremos pendientes de nuestros móviles. Pero no de la manera que
estamos acostumbrados. Estaremos pendientes de una aplicación que, como un
diario sorteo del euromillón, nos dirá si podemos pasar otra jornada con
nuestra rutina anormal o tendremos que aislarnos en nuestros domicilios ante el
riesgo de que estemos contagiados.
Las aplicaciones contra el
SARS-COV-2 que hemos visto hasta ahora en nuestro país son meramente
informativas. Nos preguntan nuestros síntomas mediante un formulario y nos
“diagnostican telematicamente". El
Gobierno ha desarrollado una, que sólo están utilizando seis Comunidades
Autónomas. Otras, como Galicia, Madrid, Cataluña y Comunidad Valenciana tienen
su propia aplicación. La estructura es muy similar, pero su utilidad para
reducir contagios, en esta fase, es muy limitada.
Pero hay otro tipo de aplicaciones
de las que hemos oído hablar. Son las aplicaciones que rastrean nuestros
contactos físicos para poder establecer una red de alertas en el caso que se
produzca un contagio. Hemos oído hablar estos meses de ejemplos de su uso
exitoso. En Corea del Sur, Singapur, incluso China, se han mostrado útiles para
rastrear contactos de personas contagiadas y tomar medidas sanitarias a partir
de los datos recogidos por los teléfonos.
¿Es exportable esta tecnología a
Europa? Absolutamente. ¿Toleraremos los
europeos una gestión de datos de especial protección, como son los sanitarios,
por parte de Gobiernos e instituciones europeas? ¿Por empresas privadas? Aquí
surgen las dudas. El derecho a la privacidad promovido en los últimos años por
la Agencia Española de Protección de Datos, y posteriormente por la Unión
Europea con su Reglamento General de Protección de datos se pone en riesgo ante
esta nueva situación.
Hemos importado desde Asia medidas
de confinamiento, con éxito, vista la reducción de los datos de contagio y
muertes. Pero,¿ estamos dispuestos a renunciar a nuestra privacidad para
proteger un bien mayor, como es la salud? La pregunta no tiene fácil respuesta.
Los mismos juristas europeos que impusieron multas millonarias a Apple y
Facebook por vulnerar el derecho a la privacidad de los datos de los
ciudadanos, hoy se enfrentan a una
paradoja imposible. La Historia nos muestra que sacrificar derechos y
libertades ganadas a lo largo de los siglos a cambio de seguridad no ha dado
buenos resultados en general.
Hay que buscar un punto
intermedio. Los datos tienen que ser anónimos y la información recogida no debe
estar centralizada en manos de Gobiernos o empresas privadas. Los ciudadanos
deberemos de tener un papel activo y responsable en la gestión de esos datos.
Me explico con un ejemplo. En la
aplicación de China, cuando se detecta el contagio en un ciudadano, salta una
alarma a las autoridades sanitarias de ese país. Ellos poseen los datos de los
contactos de esa persona. Y son ellos los que notifican a los posibles
contagiados la obligación de ponerse en cuarentena. El modelo europeo, a mi
modo de ver, no debe ser así. Debe ser el propio individuo, ante un diagnóstico
positivo por COVID19, el que, mediante la aplicación, notifique o autorice la
notificación a todos sus contactos en las últimas dos semanas. De forma
anónima. ¿Alguien sería tan irresponsable de no hacerlo?
Me viene a la cabeza el tema de
los piojos. Muchos padres guardan el secreto como si la cabeza de sus hijos
portase una lepra moderna. Por evitar una estigmatización de falta de higiene, que en ningún caso es
correcta. Y ahí mucha gente no es responsable. Pero los piojos no matan. El
virus sí. Y las personas deberemos asumir la parte que nos corresponde para
frenar esta pandemia. La otra opción es propia de países con un régimen
autoritario.
Otro factor a tener en cuenta en
el desarrollo de las aplicaciones es la brecha digital. El diseño de la
aplicación ha de ser altamente compatible con todo tipo de terminales. De todas
las gamas. Porque las personas mayores y gente con menos recursos, que tengan
terminales obsoletos son más vulnerables al virus. No podemos permitirnos como
sociedad hacer ningún tipo de discriminación hacia esos colectivos.
La próxima semana detallaré los distintos tipos de aplicaciones y modelos de gestión de datos propuestos por
distintos organismos. Mientras, les animo a que se vayan adaptando a la nueva
anormalidad.