por Juan Gómez-Jurado
Refutación del artículo de Juan Manuel de Prada publicado en
el XL Semanal el 11/12/11
Estimado Juan Manuel de Prada:
Terminada
la lectura de su artículo “Libro electrónico”, apenas puedo contener mi
sorpresa. Dudo bastante de que estas palabras reflejen su opinión real, porque
de lo contrario las opciones restantes serían que a) está usted muy
desinformado, b) se ha pasado al género humorístico o c) es usted un cretino.
En
cualquier caso, semejante sarta de falacias publicadas en un medio de máxima
audiencia y por un autor de su talla no puede quedar sin respuesta. Al estilo
de su admirado Quevedo, le untaría las siguientes líneas con tocino, pero ante el temor de que ello produjese el
efecto contrario se las voy a untar con datos, que parecen causarle a usted más
alergia.
Vamos
a repasar frase por frase su impagable artículo.
“Nunca
dejará de sorprenderme la actitud suicida adoptada por las editoriales ante el
libro electrónico”.
Así,
de primeras. No concreta usted si se refiere a las españolas, las
estadounidenses o las surcoreanas. Supongamos que se refiere a las locales, que
me pega más con su perfil. Bien, en ese caso permítame que le recuerde que en
España hemos adoptado el libro electrónico tarde, mal, y a rastras. En ese sentido podría
estar de acuerdo con usted en que durante mucho tiempo ha sido una actitud
suicida que felizmente ha empezado a cambiar. Pero no parece que vayan por ahí
sus intenciones, ¿verdad?.

Aquí
viene el primer error desinfomado. En efecto, la industria de la música
abandonó las molestas cintas analógicas y los frágiles discos de vinilo cuando
el público comenzó a usar el CD (presentado en 1982), pero le recuerdo que la
proliferación popular de las grabadoras de CD se produce década y media
después. Mientras tanto la gente -usted mismo, señor de Prada, si es que tuvo
infancia- seguía copiándose las cintas de toda la vida, dándole al play y al
rec a la vez, que tenía bastante gracia. Daba igual que la calidad no fuese
óptima, que nos las copiábamos igual. Pero el error viene de suponer que un CD
y un DVD son digitales, porque por muy digitalmente grabados que estén sus
datos, su distribución y comercialización es analógica. Así que durante una
década lo único que obtenía el pirata es una copia mejor y más difícil de hacer
-precio elevado del CDR, de la grabadora-, no más sencilla de duplicar.
“...y quien pirateaba una película o un disco obtenía una copia en calidad
óptima, que además podía distribuirse en el mismo soporte que la propia
industria había elegido previamente para su negocio”.
Una cinta copiada de la original
quedaba casi perfecta, o al menos lo que los horrendos boomboxes de la época
nos permitían. Y en el Rastro las vendían con una fotocopia de la carátula muy
apañada. Por ahí no avanzamos.
“Quien deseaba piratear un libro, en cambio, tenía previamente que
escanearlo: la copia resultante de ese escaneo distaba de ser óptima”
Presumo que usted no ha paseado mucho
por ciudades como Caracas o Buenos Aires, donde los vendedores ambulantes
comercializan ediciones piratas que incluso corrigen erratas de las originales.
O tal vez se refiera usted a los ciudadanos que hacían copia privada (ya sabe, la piratería no existe), en cuyo caso ahí
tiene razón. Los escaneos hace años podían ser de calidad nefasta, aunque me
temo que hace mucho que no es así.

Totalmente cierto, no hay quien lea en
una pantalla de ordenador. Bueno, excepto su artículo, que me he leído en la
versión web. O éste que está leyendo. O el diario que leo cada mañana en su
versión digital en un artilugio que en nada se asemeja a un periódico. ¿Será
que lo que importa es el contenido?
“En la expansión de la piratería,
como en el comercio de réplicas e imitaciones, interviene muy poderosamente el
factor psicológico: quien compra un bolso o un reloj falsos que imitan un bolso
o un reloj `de marca´ lo hace porque tales falsificaciones reproducen
minuciosamente su diseño y aspecto exterior”.
Un análisis sociológico de tal hondura
y el salto argumentativo me han dejado noqueado por un instante. Veamos,
¿equipara usted un ebook descargado de internet con un bolso comprado a un
mantero de la calle Preciados?
“Nadie compraría un bolso o un
reloj con un evidente aspecto cutre o de baratillo, por el mero hecho de que
tal bolso o reloj ostenten el logotipo de tal o cual marca de moda; pues quien
adquiere un bolso o reloj de imitación desea, ante todo, que esa réplica pase
por auténtica”.
Ajá.

¿O sea que usted nunca se copiaba una
cinta o si lo hacía jamás la compartía con sus amigos, por puro complejo? Lo
lamento, debió usted de tener poca inclinación musical o amigos muy esnobs.
“Este mecanismo psicológico, tan
evidente en el comercio de réplicas e imitaciones, también explica el éxito de
la piratería cultural: si películas y discos empezaron a ser pirateados a
mansalva era porque previamente existían los soportes digitales que permitían
disfrutar de tales películas y discos en igualdad de condiciones con quienes
los adquirían en una tienda”.
Eso ya nos lo ha dicho en la segunda
frase. Visto que se empeña en repetirse, le recuerdo que en 1980 ya se lanzaban
agresivas campañas contra la muy extendida
copia privada de las muy analógicas cintas de música, avisando de que estaban
matando la música. La última vez que miré, la música seguía viva 31 años
después. Vamos, que lo digital no es el toro que mató a Manolete, señor mío.
“Este mecanismo psicológico no
funcionaba en el pirateo del libro, pues un libro pirateado no podía `volcarse´
sobre papel impreso y encuadernado; y por esta razón el comercio de e-books no
funcionó durante años o décadas: pues quienes leían un libro en estos
artilugios tenían conciencia de estar leyendo de forma subalterna o sucedánea,
frente a quienes lo hacían en papel”.
¿Todo esta argumentación
pseudocientífica para decirnos que leer en la pantalla de un ordenador o una
fotocopia es una pobre experiencia lectora? Nos los podría haber dicho igual en
quince palabras, que el papel está caro. Tome nota: “Leer en la pantalla de un
ordenador o una fotocopia es una pobre experiencia lectora”.
“Y aunque durante años o décadas
los fabricantes de e-books no cejaron en su empeño de impulsar la lectura electrónica,
tenían que comerse con patatas sus artilugios...”
¡Ah, que todo este rato estába usted
hablando de lectores de ebooks! Perdone, me había perdido en su diván. Bueno, a
décadas no llegamos. Le informo de que el primer
ebook con tinta electrónica lo comercializó Sony en Japón en abril
de 2004. De todas maneras el primer libro electrónico medianamente popular se
comercializa en 2006, y el Kindle en 2007. ¿Es posible que a usted
le parezcan décadas porque las dos legislaturas de ZP se le han hecho muy
largas? Ah, y le informo también de que dichos dispositivos venden millones de unidades. Es posible que
los cuatro chinoclones malos que viese usted de pasada en el Carrefour le hayan
parecido horrendos. Esos sí que se los comían con patatas los fabricantes.

Pasando de largo por el tema de los
complejos freudianos de los que hablaba antes, su brillante símil me deja
perplejo. Debe ser importante ya que en la versión en papel de su artículo
aparece resaltada en el sumario -ya ve, estoy suscrito también a varios
periódicos en papel, me ha pillado-. Por tanto vamos a detenernos un poco en él
para desentrañar su críptico significado. Se me ocurren:
a)
Interpretación “user
experience”: ¿Se refiere usted a que la textura y el sabor
-vamos la experiencia lectora- de un libro electrónico son pobres sucedáneos de
un libro de papel? Bueno, es evidente que usted debe tener brazos firmes y
prefiere leer un volumen de 1200 páginas en su pesada edición de papel. Cada
quién con sus gustos. Pero mire, si nos ponemos estupendos la Biblia que usted
tendrá en la mesilla de noche es a la
Vulgata lo que la mortadela a un jamón serrano.
b)
Interpretación
apocalíptico-cultureta: ¿Es acaso Juan Manuel de
Prada ferviente discípulo de Adorno y Horkheimer y rechaza los avances de la
cultura de masas? ¿Cree que el vulgo tiene que mantenerse lejos de la palabra
escrita y seguir ciegamente los dictados de los ilustrados, la guía benévola de
Iglesia y Gobierno? No me conteste, que ya le veo a veces en Intereconomía.
c)
Interpretación “voy a
tomar té con la baronesa”: ¿Cree usted que el
precio del libro es un estupendo regulador social para evitar que los sucios
pobretones aprendan lo que no les conviene? Una vez más, mejor no diga nada.
d)
Interpretación “l’m the
culture maker”: ¿Se sienta usted a escribir al grito de “voy a
crear cultura, no me molestéis mientras destapo el tarro de las esencias”? Le
diré algo, señor de Prada. Cultura no es cuando un autor -usted, la señora
Isabel Pantoja o yo- se pone a aporrear un teclado. Cultura no es cuando un
editor le pule a usted el texto, ni cuando un librero coloca su obra en la mesa
de novedades. Cultura es cuando alguien abre un libro y lee. Lo demás es un proceso de fabricación, venta y
distribución. Como el de las mortadelas.

Para cuando empezamos a comprarnos
ereaders (2006) ya se habían inventado los aviones, señor de Prada, aunque
igual usted los excluye por motivos clasistas, vaya usted a saber. Sobre el
adjetivo “casposillo” no hablo, porque mi pobre intelecto no alcanzaría más que
para citarle su currículum, y mi profesor de dialéctica en la facultad me
prohibió los argumentos ad hominem. Sobre lo de presumir ante las
amistades tampoco, que ya ha dejado claros antes determinados complejos. Pero
sí le diré que por aquella época, cada vez que subía a un avión y se me ocurría
sacar mi ereder ocurría lo siguiente: La azafata lo miraba con sorpresa, me lo
pedía prestado y desaparecía en la cabina del piloto con el artilugio. Acabé dejándolo en la mochila y sacando un libro de papel -también
compro de esos, señor de Prada, me ha vuelto usted a pillar-, que me
garantizaba un rato de anónima tranquilidad.
“Pero la fascinación tecnológica
propia de nuestra época acabó engatusando a la industria editorial, que pensó
ingenuamente que, si el uso del libro electrónico se generalizaba –si empezaba
a `sociabilizar´ y no a excluir–, podría desarrollar una nueva `vía de
negocio´.”
Así que según usted ¿fue la industria
editorial la que, ingenua ella, potenció el libro electrónico? ¿Dónde, en
España, en USA, en Corea del Sur? Aquí desde luego no, pues cuando nos pusimos
a ello de primeras lo hicimos con el propósito de no vender, como recordaba el año pasado Juan José Millás.
En lo que estamos de acuerdo es que es una vía de negocio. Amazon, que es la
mayor tienda online del mundo, con una facturación de 39.000 millones de
dólares -unas diez veces lo que nuestra industria editorial, para entendernos-,
vende 105 ebooks por cada 100 libros de papel.
“Y la vanidad característica de
los escritores, siempre codiciosos de aumentar su parroquia, acabó de joder la
marrana: creyeron ilusamente que el artilugio electrónico `crearía´ nuevos
lectores de la nada, y empezaron a demandar a sus editores que, junto a las
ediciones en papel de sus libros, lanzaran `ediciones electrónicas´ de los
mismos, que en su particular cuento de la lechera duplicarían el número de sus
seguidores”.
La frase es tan delirante que me
tiraría horas con ella pero para no alargarnos me limitaré a decirle que a) ya
hay once vanidosos y jodemarranistas autores que han superado el millon de libros electrónicos
vendidos. ¡Malditos ilusos! y b) Que resulta que los lectores de ebooks leen más.
“El resultado es de sobra
conocido: las editoriales se lanzaron al `mercado digital´ para expandir su
negocio, sin entender que los lectores no se `expanden´ por arte de
birlibirloque; sin entender tampoco que el `mercado digital´ es una engañifa
completa, pues pagar por algo que se puede obtener gratis y en condiciones
óptimas no se le ocurriría ni al que asó la manteca”
Pues aparte de remitirle de nuevo al
estudio antes citado de Marketing and Research Inc que señala que el 51% de los
lectores de ebooks aumentó sus compras de libros respecto al año anterior; que
9% de ellos también aumentó sus compras de tapa dura; que el e-lector lee 2.6
libros al mes -¿ya quisiéramos esa media en España, eh, señor de Prada?- frente
a 1.9 del lector de papel... lo único que me queda es responder a esa
afirmación suya de que para pagar por leer un libro que se puede copiar hay que
ser tonto. Si los datos citados en el artículo sobre lo muchos ebooks que se
venden no le bastan para convencerse de que la gente responde cuando se la
trata con respeto, con mucho gusto le invito a conocer 1libro1euro.com,
donde los internautas primero descargan y luego donan. Y mucho.
Mi madre cita mucho el refrán de que
“cree el ladrón que todos son de su condición”, señor de Prada. Pero por favor,
si de verdad piensa que quienes compran ebooks en lugar de piratearlos son
idiotas, al menos no lo escriba, para no jodernos la marrana a los que nos
ganamos la vida vendiéndolos.
O mejor aún, para evitar la ruina y la desnudez que nos vaticina, le remito al
primer terceto del soneto a Luis de Góngora: No escriba más y dedíquese a otra
cosa.
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